lunes, 1 de octubre de 2012

Gustavo Roldán en Palabra Tomada



Entrevista realizada por Luciana Trocello, integrante del Plan Provincial de Lectura, al escritor Gustavo Roldán, publicada en Palabra Tomada, Año 3.

Gustavo Roldán nació en Sáenz Peña, provincia del Chaco, en 1935 y partió en abril de este año, pero nos dejó toda una biblioteca para leer(lo).
Licenciado en Letras Modernas, periodista, docente y, principalmente, hacedor de historias, escritor. En su inmensa biblioteca podemos encontrar El carnaval de los sapos, Prohibido el elefante, Todos los juegos el juego, Dragón, La leyenda del bicho colorado, Crimen en el arca, entre muchos otros libros.
Coordinó talleres literarios y dirigió diversas colecciones de libros para niños y jóvenes; quehaceres que lo ubican en el campo cultural de la historia de la literatura argentina en hitos como El Pajarito Remendado, Libros del Malabarista, Los Morochitos, Los Fileteados y Libros del Monigote, de Ediciones Colihue.
Fue distinguido con diversas legitimaciones, instancias -podríamos decir-, de justicia cultural: Periquillo (México, 1979), Konex (1994), Fondo Nacional de las Artes (1995), Libro Total (1999) y Pregonero de Honor a la trayectoria (2002).
Tuvimos el honor de que nos diera cita en su casa, a fines del año pasado. Gesto de grandeza, generosidad, calidez y coherencia con los vínculos que consolidó con sus lectores, con mediadores, con docentes…
Le propusimos que fuera Palabra Jugada. Hombre ávido de la seriedad que implica jugar, nos habló de literatura-política, literatura-escuela, literatura-consumo y de mucho más entre líneas y en las líneas de cada una de sus convicciones.
Aquí, empieza a circular en papel la certera, comprometida, aguda, suspicaz e incisiva PALABRA JUGADA POR GUSTAVO ROLDÁN: GRACIAS.

LITERATURA Y POLÍTICA

Pensamos en el tópico literatura y política cuando leímos Cuentos que Cuentan los indios y Crimen en el arca. ¿Sostiene a su escritura literaria como una práctica política dentro del campo cultural?
-Yo creo que no se puede separar nunca una cosa de la otra, tenga uno ganas o no tenga ganas. Hay cosas que no son separables.
Más todavía cuando muchísima gente, frecuentemente, considera que en la literatura para chicos “eso no tiene que entrar”. Y que “a los chicos no hay que andar hablándoles de eso”. Pero los chicos escuchan todo el día lo que están hablando (mañana, tarde y noche) los padres, los mayores, los vecinos, los amigos (todos los grandes) y siempre están hablando de política… Aun cuando estén hablando de bueyes perdidos, están hablando con criterios políticos. Son cosas innatas, sin posibilidad de deshilvanarlas. Y, por supuesto, en las cosas para chicos pasa exactamente igual. Sí se ha hecho una cosa deliberada que (al parecer) es no nombrar la política. Con lo cual, se han logrado maravillosas estupideces, tonteras, sonseras, cosas aguadas, vacías, pero que son: ‘pura política’. Son una política de negar los problemas, negar los conflictos y estar siempre entonces de parte del ganador. No nombrar, no meterse en los problemas, es dejar que el ganador siga ganando. Que el que tenga el poder, lo siga teniendo. Que el que mande, continúe para toda la vida. No modificando, significa ‘no tocando’. Cada vez que uno toca algo es porque lo quiere modificar. Sino ¿para qué lo va a tocar? Cuando no lo toca, cuando no lo nombra, cuando lo elude (abierta y conscientemente) es porque está apoyando ciertos criterios, ciertas ideologías, ciertos procedimientos naturales en el ser humano de apoyar una cosa o la otra.
Yo estoy con que sí hay que hablarles de política a los chicos. No es hablar de partidos políticos, eso no es hablar de política… es politiquería, no es pensamiento político, no es ideología…
Entonces ¿cómo hacer para no hablar de política? Si hablamos de “los pajaritos”, “los patitos”, “las cosas bonitas”, “las cosas lindas”, estamos hablando de política también, cuando estamos no hablando de algo. Y frente a eso, creo que hay que ver con criterio, de qué manera, cómo blanquear, cómo hacerlo, para que los chicos se vayan metiendo en el tema.
Yo a la política la aprendí leyendo las historietas. Tomé partido por ciertos grupos leyendo el Tarzán o El Llanero Solitario, Robin Hood o montones de revistas, libros de aventuras -entre buenos y los malos-. Yo estaba del lado de los buenos, ¡que conste! (risas).
Esas historias son políticas. El zorro impone justicia y está del lado de los buenos, eso es hacer política… Son bastantes pavotas las historias de El Zorro cuando uno las ve de grande, pero bueno, eso es un acto político… Yo creo que todos los cuentos, para los más chiquitos, tienen que tener una ideología que esté metida, deliberada, conscientemente. Porque si no, se va a meter inconscientemente. Entonces: que se meta con conciencia.

LITERATURA y FÁBULAS (DIDACTISMO Y MORAL)

En gran parte de su literatura encontramos conflictos sociológicos, luchas de clases, estigmatizaciones, puestos en boca de personajes propios del monte… ¿Cómo se trabaja ese límite “tan finito” entre literatura y didactismo moralizante? ¿Cómo plantear un problema de injusticia sin que se lea como un “deber ser” o un “deber hacer”?
-Yo, lo último que quiero es que sea didáctico. Que a la larga… porque todo lo que uno dice ¡está bien didáctico! (risas). Pero no quiero enseñar. Yo cuento un cuento, cuento una historia donde pasan ciertas cosas sin intenciones de enseñarle nada a nadie. No quiero ser El patito coletón (se refiere al libro de Martha Salotti. Ed. Guadalupe, 1975) ni nada que se parezca, todo lo contrario.
Pero, irremediablemente, también uno siempre termina diciendo algo, pero no de una manera “para adoctrinar”, como se hacía antes, hasta con una moraleja final por si acaso no te quedó claro todo lo que quería decir. Un versito final con una moraleja para precisar ese contenido educativo que tenían las fábulas, por ejemplo. Lo más lejos posible de ahí. Sobre todo -repito siempre esto- porque trabajo fundamentalmente con animales. Y los maestros identifican los animales a la fábula. Eso es otra cosa. No, no. Estos animales, los míos, no son de fábula, ¡odian la fábula!… (muchas risas).

(De aquí en más, comenzamos a tutearnos, era inevitable. Fue pasar del protocolo -por los nervios que provoca la admiración- a la calidez y cercanía propuesta por él).

Te escuchamos decir en una entrevista (en la que presentabas tu último libro, Para encontrar un tigre. La aventura de leer) que considerabas a la fábula como uno de los géneros más perversos.
-Porque hay una ideología terrible, de una perversidad… Claro, no podemos culpar a las fábulas, representaban a la ideología de su época. Hubo épocas que fueron peores que la nuestra (más risas). Por suerte, hemos mejorado en algunas cosas, un poquito. Y esas fábulas, en muchos temas, no es que en sí mismas eran perversas, sino que lo que representaban era perverso. Y tenían animales… y como yo “tengo animales” se considera que “es lo mismo”: ¡No, no es lo mismo!

En la escuela vemos que hay una tendencia, quizás histórica, al uso moralizante de la literatura…
-Es la función primera que se les ocurre. Eso parte, creo, de un problema previo: que los docentes no son lectores. (Breve y contundente silencio).
Muchos docentes no son lectores, se quedaron con algunas cosas que aprendieron cuando eran chicos: que la literatura sirve para enseñar, para adoctrinar, para moralizar, para enseñarles a los chicos que había que portarse bien, que había que obedecer a la mamá y a la maestra, que había que lavarse las manos para sentarse a la mesa, un montón de buenas cosas, de buenos principios ¡aburridísimos! (risas por lo tragicómico del asunto) que son lo que menos puede interesarle a un chico. Pero eso aprendió (el docente) porque existió en nuestra literatura y en la del resto del mundo. En nuestra literatura, específicamente, hasta los años ochenta. Esa era la literatura, salvo excepciones, por supuesto. Esa era la literatura infantil, era una literatura unida a la pedagogía, unida a la enseñanza, permanentemente, una sola cosa. Más todavía: hecha por pedagogos. Eso es El patito coletón, es una maestra, una profesora, una enseñadora la que hace literatura, entonces lo hace por su función de ser pedagoga y de enseñar y de enseñar barbaridades, desgraciadamente, porque podría haber enseñado cosas mejores. Sus pensamientos pedagógicos son de mucho más avanzada que sus pensamientos literarios. Y las maestras se quedaron con eso: buscarle la parte práctica, la parte conveniente, qué sirve y para qué. “¿Qué aprendieron chicos? Y… aprendimos a portarnos bien”. “Sí, qué linda, qué linda historia”.
No, no. Si aprendieron a portarse bien: esa historia no sirve. Es una historia tontísima. Para eso están otras instituciones que les enseñan a los chicos a portarse bien. La literatura no sé qué tiene que decirles, pero eso: no.

En uno de los capítulos de la Aventura de Leer, encontramos que estás muy enojado con la escuela, con todo lo que la escuela no nos enseñó…
-Y sí, siento que nos hizo perder tiempo y es la mejor arma que tiene un país, una sociedad, para los chicos, para enseñarles; mostrarles el mundo en el que están viviendo y no lo hace, no hace la función. Hace una función de sumar dos más dos, de aprender el abecedario. ¡Pero si esas cosas las aprendemos solitos! No necesitamos ir a la escuela para saber contar, para aprender el abecedario, para saber hablar. Ningún chico aprende a hablar en la escuela, aprende a hablar en su casa, en la calle y en el mundo que está viviendo. Se maneja y habla. No sabe que son verbos, que está usando sustantivos, no sabe que eso es un artículo, que eso es un adjetivo, que es esto o aquello otro, pero habla a las mil maravillas y todavía no fue a la escuela. Cuando fue a la escuela le complican todo, cuando le dicen que eso es un adjetivo. Y la vida se le vuelve difícil y antes era tan simple. Hablaba, ese aprendizaje tan natural por estar viviendo con grandes que van hablando y va el chico aprendiendo, pero sin estudiar nada, porque sí, por inercia. Ah, pero la escuela está para “hacer cosas más importantes”.
Yo le objeto fundamentalmente una cosa a la escuela:
Nos enseña cuánto es dos más dos, el abecedario y un montón de cosas, pero no nos enseña a mirar y a descubrir, nos enseña a aprender. Porque el hombre fundamentalmente, además de aprender millones de cosas tiene que aprender a ver.
Enseñar a ver, a mirar y a encontrar, no es enseñar a repetir lo que dice, sino a encontrar lo que lo rodea para no dejarse vencer por un enemigo poderosísimo (ante el cual reside la importancia de la escuela para no distraernos): el mercado, el mundo de la publicidad, el poder que tiene que veamos Coca-Cola, Mc' Donald’s. Todas las promociones de todas las cosas. Millones de cosas que nos van condicionando a que veamos eso.
¿Qué vemos cuando salimos?: enormes carteles en todos lados, carteles que los chicos miran, porque gustan, son muy llamativos. De noche tienen luces, tienen colores, tienen formas. ¡Se mueven! Las nuevas pantallas inmensas que hay son cada vez más llamativas, que a los chicos los atraen.
Todos los chicos me preguntan -una de las cosas más repetidas- en las charlas en las escuelas: ¿cómo es un jacarandá? o ¿cómo es un palo borracho?, árboles que están siempre en mis cuentos.
En El Chaco, en el monte, hay mucho jacarandá y muchos palos borrachos y muchas otras cosas hermosas. Pero acá, en la Capital, en Buenos Aires ¡hay más palos borrachos y más jacarandás que en todo El Chaco y Formosa, Misiones y Salta juntos! (risas). ¿Dónde están? A la vista de todos ustedes, en las plazas de Buenos Aires, en toda la 9 de julio, solamente jacarandá y palo borracho, bellísimos, hermosos. ¿Por qué no los vieron? No los vieron porque nadie les mostró, nadie se los dijo. Pero no hace falta que les muestren todos los carteles que tapan todo; todos los edificios de la 9 de julio.
En todas las plazas de Buenos Aires tienen jacarandá y tienen palos borrachos y tienen otros árboles hermosos. Por suerte aquí, estuvo un gran e inteligente parquizador, Thays, que fue el que hizo el Jardín Botánico de Córdoba, de Buenos Aires, de varios lugares del interior; parques y plazas. ¿Qué hizo este señor que era inteligente y sensible? Trajo árboles hermosos que en Buenos Aires se integraban de manera perfecta. También trajo árboles hermosos de Misiones, de Corrientes, del Chaco. Árboles hermosos, muy bellos. Y encontraba en Córdoba o Buenos Aires lugares aptos para que crezcan y, quizás, mejor que en su lugar originario. Con eso, hizo avenidas y calles maravillosas. Y nadie les enseña [a los estudiantes] a mirar. Porque no hace falta encontrarlos “en un libro de Gustavo Roldán”.
Y los animales… también me preguntan los chicos ¿qué es un coatí?
Todos los chicos son “expertos” (porque han ido veinte veces al zoológico) en ver los tigres de bengala, en ver los leones de grandes melenas, en ver todos los hermosos animales del África, pero no vieron otros, porque además los maestros los llevan a ver esos bellos animales, pero no les muestran que andan dando vueltas por todos lados ¡cientos de coatí! (muchas risas). Como son animales mansitos, pueden ir cruzando libres, pueden cruzarse con los chicos. Los tigres no, están retirados, son animales peligrosos.
Nadie se los muestra, nadie les enseña a mirar otra cosa además de la que les va a marcar el maestro. Y el maestro va a marcar los grandes y bellos animales poderosos, pero no otros. Nadie les enseña a que escuchen
En Buenos Aires, aquí, en medio de esta ciudad monstruosa, de puro cemento, horrible, toda una enormidad infinita, insoportable ciudad de grande… (¡Yo protesto porque me queda grande, por eso! [risas] ¡me queda muy grande a mí!) se escuchan todas las mañanas cantar a mirlos ¿Dónde están los mirlos? Están aquí, en cualquier edificio, en cualquier lugar. Aquí y en la otra cuadra y cinco cuadras más al centro. Y ni hablemos si uno se acerca a zonas con más árboles, con más naturaleza, la enorme cantidad de mirlos. No se los ve casi nunca, están escondidos, pero se los oye cantar a las cinco de la mañana a las siete de la mañana. Es común, común. En Córdoba, pasa exactamente lo mismo y la gente no sabe que son mirlos, bellísimos pájaros.
En las plazas de aquí, o de Córdoba, está lleno de pájaros hermosos, no hace falta irse al monte de Misiones o a las Cataratas para encontrar algún pájaro hermoso, están aquí y los chicos nunca los vieron.
Una anécdota extrema, que me pasó a mí. Estoy por cruzar aquí Corrientes, estoy parado (está el semáforo con el hombrecito colorado, no me deja pasar) al lado de una nena, de unos tres o cuatro años y dos señoras. Yo supuse una madre y una tía (ese es invento mío, pero era algo por el estilo). Entonces dice la nenita:
-Mirá una eme.
-Ah… sí! (Dice la señora, que no vería quizás nada) una eme de mamá.
-No, de Mc Donald's, dice la nena.
Mc Donald's ha reemplazado a la palabra mamá para una criatura de tres años. Ese es el poder contra el cual yo creo que hay que pelear. ¿Qué es lo que miramos? Esta nena aprendió, ya tiene tres o cuatro años, ya sabe lo que es Mc Donald's. De Coca-Cola ni hablemos, por supuesto. Aprender a leer con Coca-Cola. “Es que tiene que aprender con letras mayúsculas”. Pero… ¡Coca-Cola se escribe con mayúscula y minúscula, como debe ser! ¡Reemplazar la palabra mamá por Mc Donald's es muy fuerte! ¡Ese es el poder terrible! Contra eso hay que educar para crear alguna defensa, alguna capacidad de mirar, de encontrar, de descubrir, porque si no eso va ganando, eso es más poderoso…


Gustavo, entre todo lo generoso que fue compartiendo sus pensares, también nos narró La noche del elefante, luego de contarnos -sorprendidísimo- que en El Chaco le pusieron su nombre a una escuela. Confirmamos la humildad de los grandes cuando advertimos que dimensionaba -parcialmente- todo lo que aportó para que pensemos más, desterremos estereotipos, cuestionemos lo establecido y naturalizado; despertemos ante las injusticias; nos detengamos a escuchar todos los bichos de un monte que fue, es y seguirá siendo escenario de luchas sociales, de experiencias estéticas propuestas por su literatura, que ingresa la inmensidad del palo borracho, la belleza del jacarandá y el canto de los mirlos que siguen silbando… ¿escuchan?

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