miércoles, 12 de octubre de 2011

Lectura en voz alta, un laberinto por descubrir*

Por Catalina Giménez

“¿Leer se parece a escuchar? Si fuera así: ¿dónde se cruza la lectura con la palabra pronunciada, encarnada en una voz, la propia, la de los otros? Y también: ¿dónde se toca la lectura con la palabra callada, no proferida pero dicha con los gestos, con el cuerpo, con otros múltiples signos que creamos para tender puentes, del texto al lector, del lector al texto, de lector a lector”
Cecilia Bajour. Oír entre líneas: el valor de la escucha en las prácticas de lectura. Imaginaria Nº 253

Cuando empezamos con los Talleres de Lectura en Voz Alta, la primera reflexión tenía que ver con preguntarnos desde dónde nos posicionábamos para llevar esta propuesta a los docentes y a los alumnos.
Diferenciar claramente entre la lectura para alfabetizar o enseñar a  leer, la lectura para comprobar cómo leen nuestros alumnos, leer por el solo placer de leer, leer para analizar, criticar o interpretar.
Y la respuesta aparecía, casi, inmediatamente: leer en voz alta es un modo de llevar la palabra escrita en una forma de antiguo ritual. Poner nuestra voz a los textos literarios, creando una tensión particular entre lo que se lee, el modo de decirlo, los gestos, los silencios. Tensión que propone una relación metafórica nueva entre el texto, quien lee y quien escucha.
En ese acto de leer, las representaciones que giran alrededor de la palabra escrita y las significaciones e interpretaciones, pueden multiplicarse infinitamente. El que escucha va creando y recreando sus particulares universos.
Claro que recuperar estas dinámicas en las escuelas es todo un desafío. Porque, de algún modo, fuimos perdiendo la disposición para la escucha atenta del otro. Perdimos también los espacios para el silencio, para las miradas y los gestos que sugieren, en una pausa, el miedo, la angustia, el amor y todo aquello que conmueve al hombre desde siempre.
Escuchar, así como leer, tiene que ver con el deseo casi ancestral y arcaico de recibir y valorar la palabra de los otros en toda su complejidad. No sólo aquello esperable, tranquilizante o coincidente con nuestros sentidos, sino también lo que discute o se aleja de nuestras interpretaciones o visiones de mundo. Acto  que repite el carácter fundacional de la palabra. Y que es, por lo tanto, subjetivo.
Y es aquí, en la subjetividad, donde encontramos tal vez los primeros escollos que nos hicieron abandonar esta práctica de leer en voz alta. Porque durante muchos años la lectura comprensiva mostraba o modelaba una sola forma de interpretar el texto correctamente, la del docente o la de los manuales. Aquí, recuperamos la mirada, la voz, las preguntas y los desafíos de los chicos.
En definitiva, la lectura en voz alta no es sino la propuesta de recuperar ese carácter mágico de la palabra y sus repeticiones y que conlleva una actitud orfeica, reveladora.
Los textos literarios nos sacuden e interpelan acerca de nuestras visiones sobre el mundo y nos invitan a preguntarnos cómo viviríamos lo representado en las ficciones. Cómo sería nuestra actitud si fuésemos Robinson Crusoe, Gregorio Samsa o Eva Luna.
Esta dimensión no es menor ya que la mayoría de las veces es la puerta de entrada para hablar de lo que los textos nos provocan.
Pero, ante todo, es lectura de construcciones artísticas, objetos que dicen, muestran, callan, sugieren, susurran o transgreden; que requieren de un docente que participe como nexo entre la palabra escrita y los que escuchan, los alumnos. Un docente que ponga en escena las palabras de otro y que, de un modo, provoque eso de “leer tras las líneas” -en términos de Daniel Cassany- para descubrir aquello que subyace, interroga,  desconcierta, propone o incita.
De ahí que en esta propuesta de taller los textos se seleccionan de acuerdo con el modo de dialogar que tienen entre sí, según líneas de sentido que van desde las más evidentes, las que se descubren en “tramas invisibles”, a las que “gritan” lo no dicho. Para plantearnos qué preguntas podemos hacerles a los textos literarios y cuáles los textos nos hacen a nosotros.
En nuestro rol de mediadores es fundamental tener conciencia de que somos quienes favorecemos la construcción de los caminos lectores de los chicos.
Dice Cecilia Bajour:
“En las palabras de estos mediadores y en sus conclusiones cuando evalúan el trabajo realizado, la escucha es ante todo una práctica que se aprende, que se construye, que se conquista, que lleva tiempo. No es un don o un talento o una técnica que se resumiría en seguir unos procedimientos para escuchar con eficacia. Es fundamentalmente una postura ideológica que parte del compromiso con los lectores y los textos y del lugar dado a todos quienes participan de la experiencia de leer”.
Revalorizar la escucha, revalorizar los actos de lectura, para resignificar estas prácticas desde un claro posicionamiento que tenga en cuenta lo social y cultural. Para brindar espacios concretos de inclusión y participación en una escuela auténticamente democrática, dispuesta a mirar el mundo según la mirada de cada lector. Dispuesta a recorrer los “laberintos de lectura” de la mano de los mediadores, docentes, bibliotecarios, escritores, etc.
Mediadores que tengan en cuenta las interpelaciones que ahora profundizan en las concepciones de lectura y escritura como un modo de recorrer los caminos hacia los textos literarios, prácticas necesariamente asociadas, acordando con Graciela Montes, y cuyo espacio privilegiado sigue siendo la escuela. Porque leer es más que decodificar, leer es buscar sentidos allí donde parecen borrarse las fronteras entre escritor y lector, entre palabra escrita y palabra leída. Y los maestros entonces pueden tomar la actitud de facilitadores en esa construcción de sentidos para que la lectura sea leer el mundo.
Y para leer el mundo es necesario tomar la palabra y tener alguien que la escuche y crea en el lenguaje como instrumento y objeto de exploración, entre la extrañeza y la familiaridad.
De estos talleres surgen siempre infinidad de preguntas que intentan resolverse desde las experiencias compartidas:
¿Cómo harán la escuela, sus docentes y mediadores, para que ese aluvión complejo que llamamos lenguaje pueda ser indagado y a la vez apropiado por los estudiantes (niños y adolescentes) a los que hemos dejado sin palabras? ¿Cómo acercar la literatura sin imponer modelos rígidos? ¿Cómo seleccionar los textos que vamos a leer?
El desafío es enorme porque la escuela siempre pondrá al lector del mundo en situación de asumir las letras, lo que fue escrito, lo que pertenece a otro pero que, de pronto, al ser leído empieza a formar parte de mí. Porque la frontera se estrecha en la lectura, porque ya no hay límite entre las palabras de éste y el otro y lo que yo siento y pienso. Esas palabras de las que me apropio porque resuenan como ecos, son ahora mías y de todos. Entonces el laberinto se abre, encuentro el camino.
Entre ese lugar y tiempo propio y ajeno, personal y social, es que los caminos de los lectores se van tejiendo y puede dar inicio al “oficio de escritor”.
La segunda parte del taller propone la escritura de textos entramados, que se unen entre sí a partir de líneas de sentido visibles o invisibles, hasta formar un nuevo texto. “Oficio de escritor” que se plantea desde esta perspectiva como la tarea indiscutible y necesaria para facilitar la entrada compleja al mundo de la cultura, en la medida en que aquel sujeto que puede expresar sus ideas por escrito tiene más (y mejores, ciertamente) posibilidades de inserción social y cultural. Y como dice Graciela Montes en La gran ocasión:
“La escuela puede desempeñar el mejor papel en esta puesta en escena de la actitud de lectura, que incluye, entre otras cosas, un tomarse el tiempo para mirar el mundo, una aceptación de lo que no se entiende y, sobre todo, un ánimo constructor hecho de, confianza y arrojo, para buscar inicios y construir sentidos”.
Por último, es fundamental lograr que estos mediadores perciban, a partir de sus experiencias personales, la necesidad de un taller de lectura y escritura de literatura, que sepan por qué elegir la metodología del taller en el aula. Que puedan indagar y hasta cuestionarse qué textos, qué lecturas, qué autores; establecer sus criterios de selección de textos.
Textos que compartan un eje temático, líneas de sentidos, o que se entrecrucen con otros desde el conflicto, la disparidad o la semejanza. Y que, de esa manera, nos permitan ir construyendo una selección compartida entre todos.
Para lograr esto, es deseable que los docentes puedan vivenciar el proceso de lectura específico que demandan los discursos literarios, experimentar el proceso de escritura de textos ficcionales y recuperar y ampliar el horizonte de expectativas no sólo como lectores de textos literarios sino también como productores de literatura.
Habilitando situaciones para que la lectura y la escritura tengan lugar y para que leer y escribir sea un placer. Pero no por lo superficial, fácil y despreocupado de la actividad, sino porque posibilita la construcción de la realidad, asumir una identidad, comprometerse con lo que nos toca vivir, y participar activamente de un espacio social y cultural.
Para que los estudiantes sean protagonistas, sus experiencias  se relacionen con un contexto y una historia subjetiva e intersubjetiva.

Bibliografía
  • Cassany, D. (2006) Tras las líneas. Barcelona: Anagrama
  • Bajour, C. (2008) Oír entre líneas: el valor de la escucha en las prácticas de lectura. Imaginaria Nº 253
  • Montes, G. (2007) La gran ocasión. La escuela como sociedad de lectura. Bs. As.: MECyT
Para continuar estos temas…
  • Montes, G. (1999) La frontera indómita. México: Fondo de Cultura Económica

* Publicado en Palabra Tomada Año 2 Nº 1

 

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