martes, 7 de diciembre de 2010

Entrevista a Ema Wolf


Entrevista realizada por el Plan Provincial de Lectura a la escritora Ema Wolf, publicada en Palabra Tomada Año 1 Nº 0.

Ema Wolf nació el 4/5/1948. Escritora. Es Licenciada en Letras, trabajó en periodismo, y se dedicó principalmente a la literatura para niños. En 1984 publicó su primer libro: Barbanegra y los buñuelos. A partir de entonces alternó sus obras de ficción con artículos, encuentros con lectores y conferencias en Argentina y en el exterior. Algunos títulos, que sobresalen por su humor: ¡Qué animales!, Libro de los prodigios, Pollos de campo, Los imposibles. Entre otros premios, obtuvo el Nacional de Literatura Infantil, Alfaguara de novela (en colaboración) y Mención en el Iberoamericano SM 2008. Sus libros integraron las listas de Honor IBBY, White Raven y Banco del Libro de Venezuela. Entre 2002 y 2006 fue candidata por la Argentina al Hans Christian Andersen. Parte de su producción ha sido traducida a varios idiomas.
El Plan Provincial de Lectura le planteó algunas inquietudes y Ema respondió comprometidamente; explicitó un claro posicionamiento; sostuvo una palabra jugada.

1) ¿Literatura infantil o literatura?
No veo la contraposición. Es como preguntar: "¿Pediatría o medicina?" Si te dedicás a curar, no estás haciendo otra cosa sino medicina; si escribís ficción no podés hacer sino literatura. Y eso no tiene nada que ver con la edad del receptor.
Podemos decir, sí, que es una literatura sencilla, sin artificios, que incluso pudo no haber sido escrita originalmente para chicos pero que está al alcance de su experiencia y de su competencia lectora, cosa que no sucedería con un texto muy tortuoso, o vanguardista, de ruptura. Fuera de eso, puede ser tan mala o tan buena como cualquier otra: honda o superficial, imaginativa o torpe... Y este es el punto: los autores de textos para chicos no tenemos coartada. Por simple que sea una idea, y por económicos que sea los recursos con los que vas a desarrollarla, la materia prima y el proceso de trabajo son los mismos que pide toda la literatura.
Ni siquiera estoy muy convencida de que haya un género infantil. La edad del lector no define un género. (¿Habrá una literatura senil?) Cada vez más pienso a la literatura para los chicos en la zona de la literatura popular, o emparentada con ella. ¿Será porque allá están sus orígenes, en aquellos relatos que eran para todo el mundo? ¿O porque muchas de mis lecturas de chica eran novelas populares que vieron la luz en los diarios? La narrativa, el teatro, la poesía popular también son accesibles, directos, formalmente ingenuos, si se quiere; y también tocan temas profundos, y entre ellos hay piezas bellísimas. No sé, es una idea...
Lo única señal de género que reconozco es que algunos textos abordan asuntos cercanos a los chicos. Pero el resultado literario no puede ser expulsivo para un adulto.

2) ¿Cómo describiría usted al destinatario de sus textos?
No tengo idea. Tampoco me esforzaría por encontrar el perfil de mi lector, no me parece un objetivo. Cada texto arma el lector que necesita y todos los textos son diferentes, por eso cada lector es una circunstancia distinta.
Yo escribo, y supongo que en algún lugar habrá alguien ─casi con seguridad un chico, pero también puede ser un grande─ que va a disfrutar leyendo ese texto tanto como yo disfruto escribiéndolo. No espero más que esa empatía del instante. Y no tengo por qué saber más acerca del lector. Es un sujeto independiente, con gustos particulares; disfruta de otros libros que yo no escribí; no es mi cautivo. Sé bien que no puedo abarcar a todos los lectores: sólo con algunos nos encontraremos.
En el mejor de los casos, el texto lo va a modificar, aunque sea un poco; le va a agregar algo como lector. Al menos, me gustaría que fuera así. Me inquieta la literatura puramente corroborativa, esa que le brinda al chico un personaje idéntico a él, como si duplicara su imagen en un espejo. Se hace para conseguir una identificación inmediata y que el chico entienda todo, pero a veces en esos textos no hay nada que entender. Creo que hacer lectores es modificar lectores. Tendríamos que repasar, urgente, el concepto de “identificación”.

3) ¿Para qué sirve la literatura?
Para nada, por suerte. Cada vez que alguien decidió que debía servir para algo, nos quedamos sin literatura.

4) ¿Cómo entiende usted al rol docente-mediador de lectura, en el proceso de formación de lectores?
La escuela hace leer, pero no estoy segura de que en la misma medida haga lectores.
Consigue que muchos chicos lean ─algunos no tienen otro lugar donde acceder a los libros ni otro estímulo más que el que les brinda el maestro, a quien dejaron muy solo en esta faena, por cierto, remando contra la corriente─, pero formar lectores es otra cosa. Es instalar, no sólo en lo inmediato sino a futuro, el deseo de abrir los libros y entregarse a la Gran Curiosidad. Y no sé cómo se conjuga esto con la práctica escolar de “usar” los libros. La escuela históricamente usó libros: los viejos libros de lectura. Cuando los libros de ficción desembarcaron en la escuela, siguió haciendo lo mismo.
En el aula nuestros libros pasaron a ser generadores de subproductos funcionales a las clases de lengua, dibujo, manualidades, música, dramatización... Esto obedece a necesidades didácticas, sin duda, pero como autora, como persona que estudió literatura, y sobre todo como lectora, no me cierra esta aproximación a los libros que está en las antípodas de la que a mí me hizo amarlos: libertad para elegir, vagabundeo, ausencia de prejuicios, escaso control de los adultos; nadie nos preguntaba si entendíamos ni nos ponían a trabajar con los libros. El hábito arraigó porque leer era una experiencia íntima.
No culpo a los maestros. El sistema no les da opciones sobre qué hacer con un cuento, una novela. Tampoco los autoriza a no hacer absolutamente nada.

5) ¿Qué reflexiones podría aportar a los docentes-mediadores de lectura respecto a criterios de selección de textos literarios?
Cualquier mediador, sea docente o no ─de hecho todo adulto, siempre, es un mediador de lectura, a favor o en contra─ debería guiarse por los mismos criterios que usa cuando selecciona un texto para sí o para otro adulto: la calidad y el placer que puede proporcionar. Con altas posibilidades de equivocarse y de que, en este caso el chico, se lo tire por la cabeza (está bien: habrá otros textos).
No se me ocurre qué otra actitud adoptar. ¿Por qué buscar otros criterios? ¡Los chicos son nosotros! Antes que como mediador, el docente tendrá que asumirse como lector.
Bueno o malo, sofisticado o inicial (se puede ser un lector inicial a los 40 años), con muchas o pocas cosas para proponer, pero capaz de plantearse: ¿cuál es mi relación con los libros? ¿cuánto puedo como lector? ¿qué textos considero buenos? Es el único sitio desde donde es posible recomendar; y sostener la recomendación; y discutir y rectificarse. Lo otro es manotear recomendaciones de afuera. El docente que lea mucho tendrá criterios atinados, sólidos. Y la seguridad del que sabe que pisa un terreno incierto. Será ése que se atreve a decir que un libro es malo aunque lo haya escrito Saramago. Y que se permite ser arbitrario, pero un arbitrario entusiasta... Mejor un docente interesado apostando a un libro no muy bueno que un burócrata proponiendo a Borges.
Mis reflexiones sobre este punto, por otra parte, no le sirven de mucho a nadie. No en tanto autora, al menos. Si recomiendo un libro, lo hago a título de lectora. Es el único rol que se me impone en el momento de sugerir lecturas. Y entiendo que es igual para cualquiera, no importa qué vínculo tenga con el chico.

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