martes, 14 de diciembre de 2010


Leer clásicos en el Nivel Medio: una propuesta vanguardista

Por Sebastián Pons*



I
La observación de aquel alumno no era, de seguro, un análisis clásico; tampoco una respuesta académica ni una arriesgada tesis posmoderna; aquel alumno no había procurado un ensayismo polémico que contrariara la crítica literaria aceptable, ni la impostura a través de un interpretación que supusiera una ruptura con la mirada lógica de la ciencia formal. Aquel alumno dijo que Hamlet era uno de los primeros “emo”, y lo sostuvo con ejemplos de la obra, con su propia interpretación de los melancólicos parlamentos del príncipe de Dinamarca; nada olía mal en esa intervención, a pesar de la clase preparada por mí con tanta anticipación y del recreo que llegaba sin haberme dado tiempo al abordaje “correcto” del tercer acto de la obra. La observación de aquel alumno era, simplemente, una lectura; originalmente, su lectura.
Año a año, la lectura de la tragedia de Shakespeare, o de otros clásicos de la literatura, produce, en muchos estudiantes de mis clases, una gran incomodidad, en el más fructífero sentido de la palabra. Ese desequilibrio lleva, en muchas oportunidades, a la crítica, al intento de acercamiento o a la emanación de sentidos; es decir, al planteo de soluciones, al intento de volver al equilibrio.
Recuerdo que aquella clase viró hacia una de esas desviaciones necesarias ante las que los docentes debemos estar atentos, dispuestos a seguir sacrificando lo programado y preparados a guiar lo inesperado. En este caso, trasladar el debate banal y la superficialidad de opiniones sobre el tema de las tribus urbanas, tal como se da en los medios, no nos hubiese llevado al lugar que debería tener la escuela como fuente de alternativas y prisma de opciones para la construcción de otros presentes y otros porvenires. Los estudiantes ya conocen esas ideas, saben dónde buscarlas; máximas sobre tales temas les salen al encuentro en miles de instancias extraescolares. En el caso puntual que comento, la reiteración de lo ya dicho sobre los “emo” hubiese producido un alejamiento de la obra y, peor aún, de la lectura en su sentido interpretativo, en su potencialidad productiva.

II¿Por qué los clásicos? Podría simplemente justificar la elección reiterando las ideas ya conocidas: en esas obras se encuentran los grandes temas, los universales, los pensamientos rectores de nuestra historia y el diagrama de las bases sobre las que está cimentada nuestra cultura. Creo que la mayoría de las obras que leo junto a los estudiantes (Hamlet, por ejemplo) no responden a casi ninguna de esas cualidades; por el contrario, interrogan, las cuestionan, las ponen en duda. Lo que no podemos negar es que esas obras (sus ideas, sus frases, sus personajes) permanecen –en un proceso intertextual extenso que goza de buena salud– en nuestra vida diaria, en los medios de comunicación, en el inconsciente colectivo, en otras lecturas. Basta con pensar en los mitos griegos respirando en nuestros diálogos o en una sesión de psicoanálisis, en la pervivencia de temas que aparecen incompletos en largometrajes o en la saga de Harry Potter, y en las versiones o parodias de las obras consagradas (La Odisea, Hamlet y el tratamiento de otros clásicos en la serie animada Los Simpsons). Voy a arriesgarme, y mucho: los alumnos ya comenzaron con la lectura de un clásico antes de leer la obra; queda en nosotros que puedan arribar al texto, acompañados, por supuesto, hasta que logren encontrarse en la obra, den con eso que desconocían de sí mismos, y zarpen, ya diferentes, hacia otros saberes, otras lecturas, otras formas de transitar los días y años próximos.
Hay otra razón. Hace cinco años que leemos clásicos. Los doy en el CBU: en Primer Año, La Odisea completa; en Segundo, El poema del Mío Cid y algún contemporáneo; en Tercero, El Lazarillo de Tormes y un drama a elección. Los doy por una decisión personal y de la institución en la que me desempeño. Sobre los clásicos, acuerdo con Borges en que nada sabemos sobre su porvenir, sobre la profundidad cósmica o las interminables interpretaciones con las que ciertas personas los caracterizan para defenderlos y –creo– para darles ese carácter monumental (estatuario) que tan mal les hace. Hay –sostenía el escritor argentino– una gran lealtad o un fervor previo con el que los hombres leen un clásico; y hay, también, una preferencia; de hecho, siguen siendo clásicos en parte porque esas preferencias –siempre por causas diferentes– se han multiplicado a lo largo de los siglos. Yo parto de una preferencia que está fundada en mucho de lo expresado en el párrafo anterior. Luego, viene la decisión, mi postura como docente ante la lectura. Y la de la institución que, oportunamente, toma una posición, se arriesga a que alguno de los otros contenidos prioritarios se sacrifiquen en pro de la lectura, que es y debe ser uno de ellos, y que, además, es, junto a la escritura, uno de los atributos náufragos del hombre actual a cuyo rescate deben dirigirse todos nuestros esfuerzos.

III
El debate sobre la pertenencia o no de Hamlet a la tribu de los “emo” nos llevó, en aquella clase, a descubrir la mediaticidad fugaz y la superficialidad en boga de ese nuevo grupo juvenil, y a comprender la profunda melancolía que, como al joven príncipe, nos atraviesa a todos, en uno o varios momentos de nuestra vida, seamos o no “emo”. El mismo alumno que había propuesto la analogía reconoció lo apresurado de su opinión y declaró, ante todos sus compañeros, que su lectura había sido, en gran parte, un error. Dejé que ejerciera esa autocrítica y le dije que, al fin y al cabo, era su lectura, una lectura de entre todas las que lo esperaban en esa u otras obras. En tal sentido, no había error, sino camino abierto.
A diferencia de los textos escolarizados o fácilmente escolarizables, y de la oferta editorial con sus preconceptos de niñez y adolescencia, la literatura produce ese despertar, esa incomodidad, quizá esa incorrección. Y las obras clásicas, además, agregan unos grados de extrañamiento a la lectura, lejanía y mínimo hermetismo que en un alumno, al comienzo de su camino lector, puede causar eso que lo nuevo, lo vanguardista, lo rupturista, produjo y produce en nosotros, viejos lectores. Esto es: el reclamo de que volvamos a leer, de que leamos lo nuevo, equivocándonos, descubriendo, abismados por el texto hacia un terreno en que la tranquilidad y lo previsible de nuestras lecturas previas se ha evaporado casi del todo. Casi, porque leemos (los alumnos, los docentes) desde nuestros juicios y sentidos previos; nos arrojamos al texto menos amable y más amenazante desde las lecturas que han formado nuestra experiencia. Lecturas de libros, de artículos y noticias, pero también de viajes, de días, de relaciones y personas, de vivencias. Esas lecturas previas permitieron identificar a Hamlet con un “emo”, apresuradamente, un tanto equívocamente según el mismo alumno, pero produjeron la síntesis en que la tragedia shakespeareana dejaba de resultar extraña y el que se convertía en un extraño para sí mismo, en el verdadero interrogante, era el alumno lector.
“Un lector”, escribe Ricardo Piglia, “es también el que lee mal, distorsiona, percibe confusamente”. El docente puede dar cuestionarios, analizar personajes, aplicar los métodos tradicionales o lo último en pedagogía para abordar una obra (herramientas de las que, año a año, yo me valgo). Eso sí: jamás debería evadir o ser indiferente ante una nueva lectura por parte de los alumnos, por más que ésta parezca errada o absolutamente absurda desde ciertos puntos de vista institucionales, o académicos quizá, o provenientes de una larga costumbre cuyos inicios se hunden entre aquellos años de la historia en que el libro fue opacado y los lectores maltratados. Siempre que se trate de una lectura, el gran desafío del docente es leer esa lectura, enfrentarse con lo extraño y así, desestabilizado, un tanto incómodo, estar dispuesto a enfrentar las observaciones más vanguardistas que emanen de los abordajes de un clásico.
El Quijote leía los sucesos de las novelas como si fuesen realidades; desmembró, así, el pacto de ficción y puso de cabeza a todos con su locura. Por su parte, Hamlet confesaba que en aquel libro que traía entre sus manos sólo leía palabras, palabras, palabras. Ambos, el trágico y el cómico, fueron, también, malos lectores.

* Docente de Educación Secundaria, escritor.

Leer clásicos en el Nivel Medio: una propuesta vanguardista por Sebastián Pons fue publicado en Palabra Tomada Año 1 Nº 0

1 comentario:

andrea ledezma dijo...

Participé este año como alumna en la capacitación Trayecto de formación de lectores dictada por Pons, Calle y Gimenez. Me resultó interesante la propuesta de poner en práctica con trabajos los modos de acercamiento a la lectura. Muy buena la selección de textos literarios. Si realizan otros encuentros relacionados con la literatura, avisen. Andrea Ledezma